Siete años y un mes o dos, un abismo bajo el agua.
En el fondo, un pez luminoso
que emergía desde tu morada
Los rayos del sol en mi clara orilla.
Tu, sin luna y partidos los remos
en la noche larga y el inmenso mar.
Cierta porción de la opaca vida,
¿cuánto valor mañana habremos
de concederle a este año al ver atrás?
Si los insectos mueren antes que ellos,
si las eternidades reconocen su efigie
como del tamaño de una gota lagrimal,
son los meses de los últimos destellos,
cuando nos faltan manos que acaricien
las frentes tristes de los otoños que se van.
Cuando los héroes han muerto en abismos abisales, en las tinieblas heladas, perdidos en hoyos sin nombre,
Es tiempo de acometida, murmura el monstruo oculto, desde esa espesa oscuridad, y su faz ha de brotar, sea de noche o sea de día.
Siete años y un mes o dos, tus ojos son la entrada
al centro de cierto universo
en medio del ser y la nada.
Siete años y un mes o dos, aquella erupción primigenia,
baúl donde yacen guardados
millares de eones del alma.
¡Qué implacable!
La mano que oprime al cautivo
y lo conduce con denuedo
al éxodo de sí mismo.
¡Mira! Cómo cobran sentido los lamentos lejanos sublimes
que alcanzaron a nuestros oídos.
Los fútiles, vanos y falaces, se hunden en fango maloliente
esperando un féretro en el Hades.
El señor triunfante levanta una enseña
e impone inmisericorde el miedo por la eternidad,
el terror por la traición del espíritu,
y la guerra perpetua del fenómeno.
La voz, atronadora, perfora el tímpano
sin timbre ni volumen alguno.
Piedad. Mis heridas sangran tanto
Mi señor. Mis alaridos son ta angustiados
Piedad. Concédeme tu misericordia, señor
Ahora es el abismo y el adiós,
y a ojos lejanos del pájaro,
la altura y un saludo al cielo.
Su ascenso no flaquea por la luz del sol
Y asombra por la grandilocuencia de sus alas.
Cuando camino de mañana mientras la niebla y el frío permanecen,
camino despacio y digo.
"Caminar mio
espejo afligido de mi finitud
Cuán inocente la esperanza mía
por ver a tus huellas alejar,
y que aquí permanezca yo
bendiciendo el adiós,
con el reflejo del horizonte
colmando mis pupilas".
pero entonces, sobre la sierra
lejos, lejos va volando,
llegada es la hora de su migración,
al país lejano de su descendencia.
al país lejano de su descendencia.
Él soñará con un más amable sol, y una más mullida yerba
Mientras al vértigo de las alturas, arrastra nuestro mirar.
Los senderos que conoces,
compártelos por compasión.
compártelos por compasión.
Mi querer se dejará guiar, y sus huellas darán testimonio
de su fé por aquél el piadoso, que es testigo desde torres transparentes.
La síntesis perfecta de una lógica vital
emite su llamada con omnipotencia nouménica:
-A oír la canción de tu consuelo me postré
en la corona de una tenue colina
donde mi amante frente proyectaba
un rojizo, intenso, reflejo incandescente
-¡A esta hora el adorado sol aún resplandece brillante,
y como pocas veces antes, te deja apreciar su contorno!
Si una corriente de energía recorre el cuerpo,
sin descanso has de bailar de noche a la luz del fuego.
Por la mañana delicados, gentiles trinos,
se escurrirán hacia tus más profundo sueños.
La mañana en la que me oías cantar ¡Ya estabas despierto!
Cuando pequeños filamentos lumínicos te buscaban,
en una densa tiniebla, pesarosa y somnolienta.
Tus ojos emergieron desde tu ventana, y desde cuán lejos distinguí
aquella cándida sonrisa, ilusionada e infantil.
¿Acaso soy yo no más
que un pequeño rayito de sol,
y mi voz no otra cosa sino
el reflejo del sol en tu luna?
¿A qué ave le vas a pedir que te acerque algo más allá de las nubes, para tocar la melódica voz que deslumbra tu triste mirada?
Todavía esta voz canta
con sobrecogedora serenidad,
¡y si un volcán de aire ardiente es la forma de tu propia voz,
has de cantar todo el día, hacia los vientos en toda dirección!
Por la noche el tenue eco de la luna
te susurrará las ovaciones del sol.
Tu, oh pequeño fenómeno de mi voluntad
¿acaso por fin has atisbado
que tu nombre es lo que yo arrebato
con mis manos desde tu oscuridad?
-Tu, Rayo de mi consuelo, con la voz del pajarillo espléndido
arrástrame al éxodo de mí
Y haz de mi primer adiós, el saludo final a tu cielo.